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Llegaron la lluvias

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Llegaron las lluvias. Como cada año, como cada estación de lluvias. El cielo, que tiene vida propia, decidió que era el momento propicio para velar nuestra vista, para esconder los paisajes. No es una lluvia suave. No se trata de si llueve con fuerza o no; no es el caso. No es una lluvia suave porque en mis ojos ya no queda mar suficiente para cubrir los paisajes de terciopelo. Mi mirada se ha vuelto tan áspera que nada soporta el paso a su través. El azul del cielo ha desaparecido y ahora es del color del plomo. Tampoco mis ojos son azules. Los observo delante del espejo y los veo grises, del color de la nada. Grises como la vocación del metal de los cuchillos que hieren, grises como la hiel que nunca vemos, grises como las alas de una mariposa metálica a la que invité a posarse sobre mi lápida. Gris es el color del agua tibia, que ni sacia la sed ni conforta. Gris es el color del vómito que provoca la bebida barata, la bebida que solo sirve parta anular el alma y asesinar los recuerdos durante un tiempo. Los vinos suaves, los espíritus nobles encerrados en las mejores botellas, los mostos jóvenes que devendrán en obras de arte nada pueden contra quien se niega a probarlos. Llegan de nuevo las lluvias, pero no llueve agua. Caen lágrimas.

He mirado en tantos ojos y con tanta profundidad, que mirarme en mis propios ojos me resulta imposible. Tanto tiempo buscando la belleza, buscando el calor de una sonrisa que estaba vedado en el interior de mi cubil, me ha vuelto el cobarde del que siempre huí, la suma de todos mis errores. Solo quería llevarte a un salón de baile imposible, donde mis pasos fueran correctos y tu flotaras sobre el suelo con la única seguridad de mi abrazo. ¿Pedía demasiado? Quería que sintieras que en mis brazos no existe el riesgo, que mis ojos son tu puerta al universo. Pero no es mi sangre la misma que la tuya, como mi lluvia nunca será la que tu escuchas caer. Entré en tu cuerpo para pedir continuidad, una prórroga. Quería esconder en ti lo poco que mereciera la pena preservar. Fracasé. Ahora solo conservo la cordura justa para entender que llueve de nuevo, pero he gastado en querer más tiempo del que me queda de vida. Mi piel no volverá a hacer poesía con otra piel ni mis labios escribirán palabras de amor sobre otros labios.

Intento mirar al sol, pero no lo veo. La lluvia lo tapa. Como cada año, como cada estación de lluvias, llegaron de nuevo las lluvias.

Written by Juan Manuel Sánchez-VIlloldo

3 octubre, 2014 a 21:33

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