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El reinado del Terror

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Dentro de este ejercicio de historia que particularmente llevo haciendo unos días he mencionado algunos antoine_lavoisiermatrimonios famosos: Los Curie o Los Huggings ya han desfilado por este blog con mayor o menor acierto –por mi parte, se entiende-. He destacado la personalidad de Madame Curie frente a la pasividad victoriana de Margaret Huggins. Hoy me gustaría centrarme en otra gran científica que duerme en el limbo de los ignorados a la sombra de los logros de su marido. Me refiero a Marie-Anne Pierrette Paulze, más conocida como Mme Lavoisier.

Ya he comentado que el francés Antoine Laurent Lavoisier desmontó los últimos refugios de la alquimia al dejar en el terreno de lo mítico al Flogisto que, entre otros, defendía Priestley. Lavoisier es conocido como el padre de la química porque fue el quien en el siglo XVIII separó las paparruchas de una ciencia que a partir de entonces fue racional y sistemática. Estaba Francia viviendo el siglo de la ilustración y las ideas surgidas de la fecunda imaginación de los alquimistas anteriores no soportaban la luz de los nuevos tiempos de revolución. Era momento de revisión y de método y en eso Lavoisier, hombre bastante altanero – hoy diríamos “sobrado” se propuso poner fin a la teoría de Stahl, que fue el padre de la criatura bautizada como flogisto. Se había casado –por hacer un favor a un compañero de profesión- con una joven de 14 años (el pasaba los 28) que tenía en su haber un sólido poso cultural. Se puede decir que en esa relación ella era la realmente intelectual, como el tiempo terminaría demostrando. Fue Marie Anne Pierrete Paulze quien tradujo de varios idiomas incluido el Latín todo lo divulgado hasta la fecha lavoisiersobre el elemento flogisto y quien mientras traducía  anotaba al margen consideraciones – no sólo lingüísticas, sino científicas- sobre las inconsistencias e irregularidades que iba encontrando en los tratados. Ella sacó los colores a hombres muy bien considerados dentro de lo que hasta entonces era la ciencia admitida. Él, con una ciencia experimental impecable, demostró que hay cosas que al consumirse en el aire ganan peso, razón por la cual sostener que una substancia que ardía estaba consumiendo flogisto carecía de sentido. De una observación precisa dedujo además la ley de la conservación de la energía y  -casi por necesidad propia- articuló un idioma común que los científicos pudieran utilizar en sus conversaciones y publicaciones. Sin embargo, quien anotaba todos los resultados, preparaba los estudios y ordenaba el material para su publicación no era Antoine Laurent Lavoisier, si no Marie-Anne Pierrette Paulze, o como se la conocía, Mme Laviosier.

Pero la revolución no fue sólo cultural, sino que la sociedad al completo se convulsionó, se retorció llegando a la estrangulación en muchos aspectos. Los Franceses tomaron gusto a la guillotina y decapitaron a cualquiera con cualquier excusa. Hubo un momento en Paris en el que se guillotinaba a más de 300 personas a la semana. La sangre y los despojos se acumulaban en las calles llevando la infección y un olor nauseabundo por toda la capital. El gobierno tuvo que esconder todo aquello y lo hizo donde le resultaba más cómodo. Ahora ya sabéis por qué el subsuelo de Paris es una gran catacumba, preñada de huesos enciclopédicamente ordenados en torres de miles de ellos, como si se tratara de un supermercado macabro. Como Antoine Laurent Lavoisier había sido cobrador de impuestos – al igual que el padre de su esposa- el populacho no tardó en pedir la cabeza de ambos… con total éxito. De nada sirvió que Marie Anne Pierrete Paulze Lavoisier presentara la documentación con los logros de su esposo ni que pretendiera mostrar a la nueva Francia republicana que su esposo valía mucho más para la causa vivo que muerto. El presidente del tribunal, muy ilustrado él, respondió: “La república no precisa ni científicos ni químicos”. Así terminó la vida de una pareja que madrugaba para dedicar un par de horas del alaba a la química y trasnochaba para poder hacer lo mismo por las noches. Llamaban a los domingos “ el Día de la Felicidad”, porque podían encerrarse en su laboratorio y dedicar todas las horas a su auténtica pasión: la ciencia. El Gobierno revolucionaria le embargó todo lo que tenía, incluidos los apuntes que decían no necesitar. Ella, pacientemente y con gran esfuerzo mental recuperó y transcribió la mayor parte e incluso llegó a publicarlo, siendo esas memorias la base de la química moderna.

Su segundo matrimonio fue un ave de paso y no duró mucho. Quizá influyo el hecho de que ella se negó a usar otro apellido que no fuera “Lavoisier”. El apellido del abogado, químico y geólogo que, tal día como hoy,  mezcló oxígeno e hidrógeno y por primera vez sintetizó agua.

Written by Juan Manuel Sánchez-VIlloldo

9 febrero, 2013 a 23:59

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