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La luz de tu mirada.

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Hoy me apetecía el amanecer. Tal vez sea porque a veces el mejor modo de terminar un día es que empiece otro. Es curioso el gran significado que damos a cosas tan pequeñas que es probable que no existan. ¿Acaso sabe el sol que ha nacido una nueva jornada? Seguro que no. Por diminutas que hagamos las divisiones del tiempo siempre habrá un punto en el que está amaneciendo y otro en el que la noche se deja caer para ayudar al mundo de los sueños a vivir su momento de realidad. Es algo inevitable, algo que ahora mismo está sucediendo en infinitos lugares a la vez dada la inmensidad de universo. Me viene a la mente nuestra naturaleza, ese “ínfimo origen” del que hablaba Darwin enfadado con el mundo porque por más que buscara no podía encontrar el aliento divino que cambia nuestro estado de vivo a muerto. Quizá la vida sea sólo uno más de esos vapores mágicos que a la larga la ciencia desvela y pone en su sitio. Como lo fue el éter o los rayos visuales con los que se creía los ojos eran capaces de ver. La idea es muy atractiva.

Noto que alguien me mueve. Es Benson. Últimamente me despierto envuelto en mis vómitos de borracho demasiado a menudo. Es curioso como al abrir un ojo el suelo parece nacer desde tu mirada y extenderse hasta el infinito. También es curioso como ese licor que era tan dulce en la botella se vuelve amargo cuando lo vomitas, excepto para las hormigas que se acumulan alrededor de lo arrojado encantadas de tener una comida gratis. Benson no habla: me levanta y me mete en la ducha vestido. Sabe cuando hay que respetar la dignidad de un hombre indigno de su amistad. Prepara un café cargado y se sienta frente a mí con una ceja enmarcada, como si fuera una interrogación tumbada. No hay preguntas, no hay reproches. Únicamente una mirada que telegrafía directamente a mi conciencia ¿Qué ha sido esta vez?. Me causa un dolor enorme no tener respuesta. Me he convertido en un mercenario, en un muerto viviente que deambula por la vida sabiendo que esta es un trago amargo un día tras otro. Soy  el cazador de la muerte; la busco cada día para poder decir que le he vencido y arrojarme a los brazos mórbidos de las prostitutas y al aliento cálido de las botellas. No busco el combate. Busco la guerra.

Me siento frente a él envuelto en una toalla y encaro el reto de retener en el estómago esa taza de café. Tal vez lo consiga o tal vez no. No sé si depende de mí o del mismo café, que a mi entender siempre ha tenido su propia conciencia, al menos respecto a mí. La mirada de Benson lo dice todo; mira a mi escritorio, donde mi novela inacabada se marchita como mis ideas, y depués me mira a mí, directamente a los ojos. Me pregunto qué ve: ¿Es el hombre transparente al fracaso? Tiene algo en las manos. Lo deposita sobre la mesa sin dejar de mirarme y se levanta. No tardo en moverme para ver qué me ha dejado. Es un libro. “El Arte De las Putas” de Moratín. Lo recuerdo. En mi infancia había un ejemplar en casa que alguien había forrado de papel manila para evitar que mis ojos, o los de una visita, se fijaran en un título tan vergonzante. Lo curioso es que yo quité el forro por ver que había debajo, y una vez descubierto nunca le presté más atención: mi mente infantil decidió que un libro bautizado así tenía que ser tremendamente aburrido.  Pero sé que me está diciendo Benson: Él mismo es una metáfora de mí. Sabe cuales son mis puntos débiles y no los evita; por el contrario incide en ellos hasta que el dolor es insoportable, hasta que la redención, la catarsis o la muerte son las únicas bazas que puedo jugar. Me lleva al borde del abismo y me abandona allí, sin más abrigo que mi piel y sin más futuro que las decisiones que yo mismo tome. Ahora me obliga a mirar a los ojos a una muchacha menuda. Se me hace muy difícil asumir cuanta vida navega por el mar de sus pupilas. Quisiera quererla, quisiera amarla, quisiera hacer de ella la mujer de mi vida… Pero entre ella y yo hay una enorme barrera de cuerpos. ¿Puede acaso el amor desvanecer la vida disoluta de una hetaira? Pienso que no, pero no me resisto a mirar de nuevo en el fondo de sus ojos. Veo miseria, inmundicia… Veo dolor más allá de las penas de los corazones de los considerados decentes… Veo el vacío que supone la imposición de una presencia porque la vida nos mide con monedas… Una arcada me recorre el cuerpo; es como si bajo mi esternón un puño apretara todas mis miserias empujándolas hacia arriba para que las escupa de una vez. El café hace el camino de regreso hacia mi boca, pero me niego a dejarlo escapar. Me lo trago de nuevo y busco de nuevo esos ojos. No había mirado bien; Hay más cosas. Veo un corazón de niña emocionada con sus juegos infantiles. Descubro como la vida ha ido pudriendo célula a célula todo lo bello que allí había, veo esfumarse el amor como el perfume de una flor, desvaneciéndose en el aire como si nunca hubiera existido; veo mis ojos en sus ojos, y los de aquel y los de aquel otro. Pero lo más aterrador es que en esos ojos, en el fondo de esos ojos, veo mi última oportunidad. La salida de mi carrera hacia la autodestrucción se encierra en los ojos de una prostituta ¿Qué hacer? No quiero seguir jugando a la ruleta rusa. Miro desesperadamente a Benson, quiero que me ayude, que me responda… Pero sé que no lo va a hacer. Él ha puesto la bala en el tambor; solo me pide que tenga el valor de apretar el gatillo. Se acerca a mí y pone una botella en la mesa, al lado del libro; me da a elegir. No puedo evitar las lágrimas. Tengo frío, siento miedo y mi cabeza gira en ángulos imposibles. Si no estuviera tan asustado intentaría escapar, correr hacia el mar y dejar que me trague, pero ni uno solo de mis músculos va a obedecer. Veo mi mano; es mi mano izquierda la que se dirige hacia la botella; la toma, la sujeta casi con devoción y en un gesto rápido la arroja contra la pared esparciendo por el suelo todos los demonios que contenía.

Abrazo la muchacha. De su pelo recibo aroma de mil flores y su piel es como la seda más suave que jamás se haya tejido. Sus labios son una fruta abierta que nadie había sabido paladear, su cuerpo es una sinfonía contra mi cuerpo. Me siento bien.

Tal vez, sólo tal vez, mañana no de de comer a las hormigas.

Written by Juan Manuel Sánchez-VIlloldo

16 octubre, 2013 at 8:40

Publicado en Ensayo, Literatura, Prosa

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