Creo que lo se…

Lo que creo saber y cómo lo se…

Archive for noviembre 2014

«Lentamente»

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descargaNo: No es como esperaba. Me había preparado para un salto al vacío o para estrellarme contra una pared. No en vano he dedicado toda mi vida a este momento. Creía haber evaluado todas las posibilidades, no haber dejado nada al azar, pero ¡claro! Todo eran especulaciones. Un dulce sopor va entrando por mis venas y tras él viene un frío indescriptible, como si mis extremidades cristalizaran bajo la mirada de Medusa. ¡Es tan sutil! Milímetro a milímetro comienzo a caer, con tanta suavidad que habría que inventar nuevas medidas para definir mi tránsito. ¿Dónde estoy? No en el mismo sitio que antes, pero lo parece. Percibo mi derredor como un nuevo mundo donde todo deviene a otra velocidad o a otra ausencia de tal. No es una mala experiencia, pero si se prolonga puede resultar angustiosa. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿Un segundo? ¿Un siglo? ¿Una vida? Ya no siento nada. Nada avanza ahora por mis venas. No necesito mi corazón. Creo que es mejor que se pare. También merece un descanso, pero comienzo a entender que no lo va a hacer. No se va a detener, va a seguir latiendo pero lentamente: Una sola vez por toda la eternidad.

Written by Juan Manuel Sánchez-VIlloldo

22 noviembre, 2014 at 11:16

Publicado en Ensayo, Literatura, Poesía, Prosa, Romanticismo

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Deber cumplido

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August-10-2012-01-40-41-ababavsbsMe miro en el espejo. Me cuesta saber que ese soy yo. Fue difícil aprenderlo. De todos modos ya da igual. Supongo que estoy en el ocaso de mi vida y me duele, porque estoy seguro de haber dado lo mejor de mí. Sé que me quieren, él y su esposa. Son el primer recuerdo que tengo al abrir los ojos. Nunca han tenido una mala palabra hacia mí, ni siquiera cuando me la he merecido. —Tranquilo, muchacho—  siempre me decían cuando cometía algún error: — Nadie nace enseñado…—.

Pero en algo he fallado, he sido sustituido de por vida. Hace meses escuche como ella le decía: — Tengo una gran noticia; ¡Vamos a ser padres!

Hoy ha llegado por fin mi sustituto: Es un niño.

Written by Juan Manuel Sánchez-VIlloldo

16 noviembre, 2014 at 18:53

La herencia.

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Durante la guerra muchos intelectuales huyeron, pero mi abuelo, en coherencia con su profesión de periodista decidió quedarse. Se escondió tras un seudónimo, pero antes o después era inevitable que fuera descubierto. Cuando supo que venían a por él me llamó y me hizo acompañarle a su despacho. Abrió un cajón y sacó una caja de puros que puso sobre la mesa entre él y yo. Me hablo muy despacio, con la serenidad propia del que tiene asumido su destino.
– La muerte — querido nieto— nunca nos mata del todo si vivimos en los recuerdos de los demás. En esta caja —puso la mano sobre la noble madera tallada— tengo mis armas. No me queda munición para defenderme ni para acabar con mis enemigos, pero quiero que tú las tengas, las cargues y hagas buen uso de ellas.
Poco después unos hombres llegaron a casa y se lo llevaron: Nunca volví a verle. Supongo que yace en alguna cuneta, como otros tantos que desparecieron ese mismo día.
Pasaron semanas antes de que me atreviera a abrir la caja porque siempre me han aterrado las armas. Cuando lo hice, encontré dentro una hoja en blanco, una pluma y un tintero vacío

Written by Juan Manuel Sánchez-VIlloldo

9 noviembre, 2014 at 10:14

Publicado en Literatura, Prosa, Romanticismo

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Frankenstein

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El suave traqueteo del tren había conseguido dejarme en un plácido estado de duermevela. Estábamos llegando a una estación cuyo nombre desconocía. Mirar por la ventana tampoco me hubiera ayudado mucho: Para mí todos estos pueblos Suizos me parecen uno la repetición del anterior.

La potente máquina de vapor ronroneó como un gato mientras se detenía como a regañadientes. Lo cierto es que cada estación era una especie de molesta interrupción. En el andén las farolas eléctricas – ya se empezaba a popularizar esa nueva tecnología- apenas podían competir con la tormenta de nieve que azotaba implacable todas la zona desde unos días atrás. Los copos volaban alrededor de las tulipas de las luminarias como las polillas a la luz de una vela, revoloteando atontadas para finalizar, los unos y las otras, fundidos por el calor de las lámparas.

La tormenta era tan profunda que todo alrededor era una noche interminable. Saqué mi reloj y, con un gesto perfectamente estudiado,  abrí la tapa con una sola mano. Eran poco más de las seis de la tarde. Tiré de la campanilla y al poco tiempo tenía a mi servicio a un camarero. Le pregunté si podría encargar algo para cenar y él me recomendó que visitara el vagón restaurante. Le comenté que no me encontraba muy bien y que prefería estar solo. También le comenté que mis propinas solían ser muy generosas con quienes me permitían cumplir mis deseos. Esto último pareció convencerle. Me recomendó la especialidad el cocinero: Chateaubriand. Una elección excelente. Hice mi encargo y puse unas cuantas monedas en su mano. No había terminado de marcharse el camarero cuando apareció un mozo acompañando a dos mujeres. Hermosas damas ambas, aunque una de ellas ya estaba entrando en el otoño de su belleza. Se presentaron como Margrit Ellenberg y su sobrina Heide Warmisch Ellenberg. Yo me había puesto el pie como ordena la cortesía y permanecí en dicha posición hasta que la mujer de más edad me rogó que tomara asiento. Me preguntaron mi nombre: no tenía inconveniente en facilitárselo.

—Me llamo Bohumír Dambitsch-Sharton, tercer Conde de Dambitsch-Sharton a sus pies, Frau Ellenberg.

— No me suena el nombre de su familia, joven ¿Son ustedes de aquí? —preguntó mientras se arreglaba el pelo bajo el aparatoso sombrero que lucía.

—e temo que no, y no crea que a la vista de su belleza y la de su adorable sobrina no me apena dicha circunstancia —añadí cortés—, pero soy originario de Bohemia, al igual que toda mi familia desde que tenemos memoria.

— Eso explica su saludable aspecto —devolvió ella la cortesía mientras Heide se ruborizaba del atrevimiento de su tía.

Solté una carcajada sincera de verdad. Mi aspecto declaraba mi origen zíngaro. Había heredado la cara rotunda de mi padre, con un saludable moreno ligeramente aceitunado que llamaba la atención. Mi madre me había dado unos enigmáticos ojos verdes que junto con mi ensortijado pelo negro habían hecho desmayar a más de una dama. No se me hacía extraño que incluso mujeres que me superaban ampliamente en edad me lanzaran velados requiebros. Todo lo demás era tan falso como una moneda de plomo. Ni aquel era mi nombre ni era originario de la siempre convulsa Bohemia.

Un golpe de viento arreció e hizo que todo el tren se retorciera como si tuviera vida propia. Las farolas en el andén titilaron unos momentos antes de apagarse y toda la estación quedo sumida en una extraña oscuridad rota solo por la luz que arrojaba el tren a través de sus ventanas.

—¡Estos inventos modernos! —Protestó Frau Ellenberg— ¡El gas es mucho más seguro que todo esto! ¿Cuándo se ha visto fallar una buena conducción de gas? ¡No sé a dónde nos van a llevar estos gobernantes!

—¿No comparte el progreso, Frau Ellenberg? — pregunté divertido.

—¡Joven! — Me miró con falso enfado—. Si una cosa lleva funcionando bien muchos años, ¿Para qué cambiarla?

—Pero, Tía Margrit —Heide habló por primera vez—. La electricidad es más segura…

—¡Tonterías! — Cortó por lo sano la mujer mayor— ¿Es que no sabes lo que ha ocurrido la semana pasada?

—¿A qué se refiere? —Interrumpí interesado mientras el camarero disponía frente a mí un impresionante Chateaubriand con  guarnición de verduras y Creme Parmentier.

—¡Esto es enorme! — Dije al enfrentarme a mi cena— ¿Me harían el honor de compartir conmigo este pequeño banquete? — No esperé la respuesta—. ¡Camarero! Disponga dos servicios más y añada una botella de Oporto. Si es que no prefieren jerez u otro cordial — pregunté educado.

—El Oporto estará bien con este frio que nos acompaña. Es usted muy amable, Joven — dijo Frau Ellenberg contenta por la inesperada invitación.

—Dígame Frau —recuperé el hilo de la conversación—. ¿Qué ocurrió la semana pasada?

—¡Lo que tenía que pasar, Conde! ¡Esas locuras contranatura de las que son culpables tanto Galvani como Volta! ¡Y el sobrino de Galvani, ese tal Doctor Albani!… ¡Menudo sinvergüenza!

—Creo que se refiere usted al doctor Aldini — corregí suavemente.

—¡Como se llame! ¿Acaso le conoce usted?

—No tengo el placer — dije mientras el cuchillo entraba en la carne dejando escapar sobre el plato una mezcla de sangre y salsa— ¡Perfecto! Así se prepara la carne — dije antes de continuar—. Mi padre presenció alguna de sus presentaciones científicas…

—¡Eso no es ciencia! — Ahora sí que Frau Ellenberg parecía realmente enfadada—. ¡Eran salvajes herejías! ¡Meterle por…por ahí! un hierro a un muerto para hacerle bailar desnudo delante de esos petimetres londinenses…!

—Las investigaciones de Aldini son muy importantes para conocer las claves del funcionamiento de nuestros cuerpos, Frau Ellenberg. Se dice que con esos aparatos y con el galvanismo se podrá hacer andar a personas hoy paralíticas y que tal vez sirva para corregir ciertas demencias.

—¡Paparruchas! —dijo la mujer mientra se hacía con la botella de Oporto—. La vida y los destinos solo están en manos de Dios: así ha sido siempre y así seguirá siendo. ¡Fíjese en lo que ha ocurrido a Victor Von Frankenstein! ¡Ha creado un monstruo que ha matado a no sé cuántas personas!

—¿Lo dice en serio? —Quería tirar de la lengua a Frau Ellenberg.

—¡Por supuesto, joven! Dicen —bajó la voz como si fuera a confesar un pecado—, que se puso a juntar trozos de cadáveres hasta hacer un hombre y que después aplicó esas corrientes galvánicas para darle vida…

—¿Y tuvo éxito? — Pregunté distraído mientras me limpiaba los labios con una inmaculada servilleta.

—¿Que si lo tuvo? ¿Por qué cree que me llevo de aquí a mi sobrina? El monstruo, porque todos los que lo han visto dicen que es una quimera horrible hecha de retazos de difuntos ajusticiados y zurcidos de mala manera, ha matado ya a una niña y dicen que a un pobre ciego. ¡Cobarde! No volveremos hasta que hayan acabado con él.

—Hace usted muy bien, Frau Ellenberg. Debe buscar un refugio seguro para usted y su adorable sobrina. ¿Me disculpan un momento? —Me puse en pie—. Voy a refrescarme un poco.

—Por supuesto, joven Conde: tómese su tiempo.

Abandoné el compartimento y ya en el pasillo abrí una ventana. El frío de la ventisca era como un millón de agujas sobre mi cara, pero me encantaba la sensación. Tenía que escaparme con mi secreto. Lo sentía por Víctor a quien tanto le debía, pero si me obligaban a elegir entre él o yo, la elección estaba muy clara. ¡Si hubiera sido más cuidadoso! Le dije que tenía que terminar con aquella abominación. Fisiológicamente era un ser perfecto. Feo y a falta de un correcto acabado, claro, pero el problema era su cerebro. Tenía que ocurrir. Se le escapó y pasó lo que pasó. Lo que no sabe nadie es que esa abominación solo fue el primero, una obra de juventud. Víctor siempre fue un gran cirujano, con una extraordinaria habilidad para coser sin casi dejar cicatrices. Cuando me decía «Tienes los ojos de tu madre y el rostro de tu padre» yo siempre le respondía: «Y las manos de un pianista austriaco, las piernas de un escalador bávaro, y las entrañas de varios señores suizos cuyos nombres desconozco».

Si… El primero fue una abominación, pero yo… ¡Yo soy perfecto!

Written by Juan Manuel Sánchez-VIlloldo

1 noviembre, 2014 at 17:03